martes, 3 de febrero de 2009

09. El color de los besos

¡Miedo! ¡Quién dijo miedo! La mitad de las historias apasionantes ocurrían en el coche. Subía la ventanilla, bajaba la ventanilla; encendía la radio, cambiaba la emisora, cambiaba de emisora otra vez, encendía el reproductor de CD, cambiaba de canción, cambiaba de CD, apagaba el reproductor de CD. En el asiento del copiloto muchos papeles, tres libros gruesos y un papelito asomando.
Nunca le ha gustado aprovecharse de su trabajo, nunca había considerado necesario mentir… pero el bolsillo seguía perdido en una montaña con ojos azules. Esa vez era una pequeña traducción piloto para un futuro cliente, todos los papeles que llegaban a mis manos no necesitaban retoques, correctores o revisiones. Mi jefe sabía con quién jugaba y esta vez apostábamos fuerte. Fue la primera excusa que pude pensar, tenía que entregar la traducción esa misma tarde, a las 18.30, puntual.
Aparqué en la puerta del colegio y el reloj del coche marcaba las 17.48. ¿Por qué hoy era tan puntual? La niña estaba con la niñera, Allen en su trabajo, y yo en frente de la verja verde. De fondo un edificio blanco. ¿Qué hago aquí? Me dediqué a toquetear el peluche en forma de rana que hay enganchado en el freno de mano. Me miraba inquisitiva y yo le sostuve la mirada. ¿Qué, no tengo derecho a ser feliz?
Toc, toc, toc.
Miro hacia el cristal que suena. Ojos azules, pelo revuelto.
- Pensé que te habías olvidado de mi café.
- Y yo de la mala memoria que puedo tener para recordar. Sube, te voy a enseñar lo dura que puede ser la vida de una mamá.
- Pero mi moto…
- Luego vendremos a por ella, tranquilo.
- Pero…
Le abrí la puerta, levanté todos los libros, se sentó como un autómata y le coloqué el peso del conocimiento encima de las piernas.
- Para que luego digan que el saber no ocupa lugar… ¡Mi casa estaría vacía! –Resoplé, miré la hora y me dirigí rauda por las callejuelas más estrechas de la ciudad-. Mi jefe no conoce el significado de la palabra ‘compromiso’ y siempre me hace lo mismo. Plazos que se acaban en la mitad del tiempo, trabajo cada vez más perfecto, palmaditas en la espalda…
Lo ojos de él pasaban del montón de papeles a mis pintas. Ese día llevaba el pelo recogido con una estilográfica Montblanc, un jersey enorme que debía ser negro y unos vaqueros medio desteñidos. Nada parecido a los días anteriores.
- ¿Irene?
- Con la canguro. Se ponen a leer horas y horas. Tengo un pacto con ella, me cuida a la niña, se inspiran, y luego yo le traduzco los libros al idioma que más le apetezca. Total, para todo lo que hay que traducir…
- ¿Entonces de ahí saca eso de los besos de colores?
- Bueno, no, eso nos lo inventamos nosotras. Para hacerte un croquis, los besos rojos son divertidos y bromistas; los naranja están llenos de fuerza para las mañanas; los amarillos son como el sol, cálidos e intensos; los verdes están llenos de vida y naturalidad; los besos azules son infinitos y suaves como una nube; los lila oscuro son para calmar la tristeza… y los besos blancos de buenas noches, llenos de tranquilidad y paz.
- ¿Y eso…?
- Ven, quiero presentarte a alguien.
Aparqué temerariamente en doble fila y le esperé. Cogí el montón de folios y entramos en una pequeña tienda que olía a libro viejo y hacía calor. Estaba todo lleno de estanterías.
- ¡Viejo Roble! Tengo otro encargo para ti.
Salió un hombre anciano de la trastienda. De verdad parece un árbol viejísimo y retorcido, lleno de arrugas y hendiduras donde podría vivir un pájaro carpintero.
- Este es Elías, un amigo. Hoy viene a hacer una visita guiada por la ajetreada vida de una mujer trabajadora.
Viejo Roble se quedó pensativo unos momentos.
- ¿Muchacho, sabrías decirme de dónde viene y qué es el ouroboros?
- El primer dato que se tiene es en tiempos de Alejandría, es decir, en tiempos de Magno en época Macedonia. Lo que no se sabe es si es una parte griega y siria. Simboliza el ciclo eterno y la constante destrucción y creación de las cosas, señor.
Arruga sus arrugadas cejas y recoge los papeles que le tiendo. Con su habitual velocidad me lo devuelve, encuadernado.
- Chico, cuídala mucho.
- ¡Yo ya sé cuidarme sola!
- ¿Y quién te ha dicho que me refiriera a ti?
Nos echamos los tres a reír y salimos de allí secándonos los ojos. Cuando llegamos al coche nos miramos por primera vez a los ojos y volvimos a sonreír. Había algo detrás de esos ojos que me habría hecho mentir una y otra vez.
- Es curioso.
- Lo conocí por casualidad, pero no he vuelto a confiar en nadie más. Es como un padre para mí. Me da la sensación de que lo sepa todo, como si él estuviera un paso más adelante que el resto de nosotros.
- ¿Y querías su aprobación?
- Bueno, más o… -miro la hora, y de repente me parece que no ha podido pasar tanto tiempo. ¡Ya llego tarde!- abróchate el cinturón o acabarás saltando por la ventanilla. ¡Ya llego tarde!
- No me extraña en ti…
En un suspiro estábamos adelantando coches, insultando a viejecitas desprevenidas que cruzaban y hombres que se creían superiores a mí por tener cola. Me gustaría saber desde cuándo los primates están por encima de los humanos. Al fin llegamos, antes de lo previsto. Salí y entré del coche en el tiempo que duraba el estribillo de una canción pegadiza.
- ¿Ya hay café?
- Sí, lo siento, se acabó el turismo. Podemos ir desde aquí al sitio que pensaba llevarte.
Salimos del coche y le llevé por una callejuela estrecha hasta una pequeña portezuela. Dentro había un recinto en madera con una barra al fondo y muchas plantas colgadas alrededor de las ventanas, como si intentaran tocar el sol. Nos acercamos a un rinconcito con un par de asientos recubiertos de cómodos cojines. La mesa de madera maciza estaba tatuada por algún jovenzuelo enamorado e imprudente, pero le daba personalidad al mueble.
- Este sitio lo encontré hace mucho tiempo, el día que vine a hacer la entrevista de trabajo. Para no variar, me perdí y por poco llego tarde, y por casualidad llegué aquí. Me gustó tanto el sitio que le… pedí prestado… una tiza a una niña y empecé a hacer una línea desde aquí hasta la puerta del trabajo, para volver cuando hubiera acabado. Me dieron un texto de prueba y me vine a traducirlo aquí, y creo que fue este ambiente el que me inspiró. Le estoy muy agradecida.
- Hoy he descubierto muchas cosas curiosas. Todo a tu alrededor está lleno de momentos claves, ¿cierto?
- Deja, deja de hablar de mí. ¿Qué te gusta? Me ha sorprendido mucho que supieras lo del ouroboros. Nunca había llevado a nadie allí, sólo a Irene, y a ella creo que también le hizo una pregunta. Cuando le contestó le regaló una piruleta, pero nunca me quiso decir nada.
- Tienes una hija muy lista. La historia es una pasión que llevo dentro desde hace años, pero mi verdadero hobby son los coches y las motos antiguos, aunque nunca he pensado en comprarme nada así. Sólo tengo una moto porque no necesito más, y tampoco me gustaría tener la responsabilidad de que le pasara algo a mi acompañante.
- Creo que una moto da individualidad a la persona. Cómo se nota que no tienes nadie a quien cuidar… Te envidio.
La camarera se acercó muy bien puesta. Era guapa, tenía una voz dulce y un escote tremendo y sugerente. La chica, ya fuera por aburrimiento o por verdadero interés, prestó mucha atención a Elías. Yo los miraba, buscaba los ojos de ambos y creí que me saldría un líquido corrosivo por la boca cuando pronuncié ‘un té de papaya’. De repente no quería mirar, no podía mirar. Me mareaba. Me levanté y creo que murmuré unas palabras incoherentes.
La cabeza me daba vueltas y no era consciente de lo que hacía. ¿Pero qué me pasaba? Ellos no tenían niños, ni compromisos. Seguro que ella tiene una preciosa moto que enseñarle, y él… él tiene un par de ojos azules, una sonrisa bonita, un cuerpo equilibrado, un aire despreocupado y misterioso.
¿Pero qué me pasa?
Toc, toc, toc, toc.
- No queda té de papaya, Alma. ¿Estás bien?
- Sí, tranquilo. ¿Puedes decirle a nuestra sugerente y joven amiga que tomaré un café largo?
Estaba apoyada en el lavabo, con la cabeza gacha, y el pelo del flequillo empapado de agua. Hasta ese momento nunca imaginé lo estremecedor que podía llegar a ser una yema fría de un dedo alzándome el mentón hasta unos intensos y azules ojos. Quitó el pelo de mi cara con sumo cuidado, como si fuera yo una pieza de porcelana china.
- No seas tonta…
- Siempre lo he sido –murmuré. No sabía bien si debía dar un paso adelante o atrás, mantener una distancia. Él agarró mi mano y salimos del baño hasta nuestra mesa. Estaba confusa y su piel estaba cerca de la mía.
Me ayudó a tomar asiento y fue atento y cordial. Cuando volvió la chica ni siquiera le dirigió una mirada y ella se fue bastante indignada, pero yo creo que cogí un poco de color, y él se percató. Charlamos mucho tiempo de forma tan coherente que acabé asombrada. En los últimos meses había perdido toda la credibilidad como ser humano que podía haber adquirido a lo largo de los años, y parecía que en este café volvía a retomarme como persona.
De repente una frase de una película golpeó mi cabeza: ’me hubiera gustado tanto ser amado, que amo’. Era un director francés, lo recuerdo; la película era del 63. ¿Pero cuál era su nombre? Parecía que, fuera como fuese, estuviera resumiendo mi vida desde siempre. ¿Y por qué tenía que acordarme ahora, frente a esta persona tan seductora?
Se hizo la hora de volver. Llegamos al colegio y nos acercamos a su moto. Encendió el motor y me miró.
- Supongo que mañana iré a por Irene –le di un beso en la mejilla y sonreí un poco-. Sólo podrás volver a verme si adivinas de qué color es este beso. Recuérdalo bien.
- Buenas noches, Almita.
- Buenas noches a ti también, Elías.
Se subió a su moto y vi alejarse. Era de noche, cierto. El reloj del coche marcaba las 22.04, una hora comprometida para alguien que sólo ha ido a entregar un trabajo. ¿Y ahora cuál era la excusa?
Llegué a casa en un suspiro. La llave hizo demasiado ruido y creí que despertaría a medio planeta con su maldito crujidito. La entrada olía a comida y había ruido en la cocina. Me acerqué allí y Allen me miró sentado en la mesa.
- No sabía dónde estabas.
- No te preocupes -le di un beso en la frente-. He estado un poco ocupada. ¿Qué tal tu trabajo?
- Cansado, tengo muchas cosas que hacer también. Irene está ya durmiendo, ha cenado una tortilla francesa y la he duchado. Ha sido muy buena.
No pude mirarle a los ojos mucho rato. La cocina estaba casi toda recogida; pasé al comedor, al baño y a nuestro cuarto, como reconociéndolo. Después abrí la puerta de la niña y me senté en el borde. Estaba tan guapa, tan dormidita… Le quité el pelo de la carita y le di tantos besos como pude. Mi niña, mi amor, mi existencia entera se resumía a su sonrisa.
- Para ti, mi pequeño bebé, un beso blanco y puro, como tú. Buenas noches cielo.
Me fui a dormir sin siquiera quitarme la ropa. ¿Pero qué estaba haciendo con mi vida? Allen se asomó al cuarto y me encontró allí tirada. Suspiró, de esa forma que sólo una persona cansada puede hacer. Yo me hice la dormida porque me dolía el pecho, me dolía mucho el corazón. Con cuidado me puso el pijama y me tapó.
- A veces eres tan esquiva, cariño… Pero toda mi vida gira y acaba en ti.
- Fuego fatuo. ¿Conoces esa película? Su director es francés…

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