martes, 3 de febrero de 2009

08. En serio, soy profesor

Hay que ver cómo las pasa el pobre Coyote, chico, creo que no he visto a nadie con tanta mala suerte en la vida; se pasa todos y cada uno de los episodios que veo persiguiendo al Correcaminos, una especie de mezcla entre avestruz y pájaro loco azul, y con un monosílabo que emite dos veces como máxima expresión fonética, “bip bip”.

¿No hay nada más que comerse en el desierto? ¿Y de que se alimenta el correcaminos entonces? ¿De cactus? El Coyote podría hacerse vegetariano, o algo así, las facturas médicas se las ahorraba, al menos.

De repente me doy cuenta de que estoy como atontado mirando a la pantalla desde detrás de la sala, algunos padres con demasiadas ocupaciones se han dejado a sus niños, como siempre, después de que haya terminado la hora de comer, y como había que limpiar el comedor, me los han encasquetado. Mi ideal perfecto del tiempo que pasa entre la comida e ir de nuevo a clase no es precisamente ver películas de dibujos animados, pero bueno, que remedio, intentaré disfrutar todo lo posible de los golpes y los mamporros a personajes de ojos saltones, y de paso, del café extremadamente aguado que me acabo de llevar de la cocina.

Van pasando los minutos, llega algún padre o madre a recoger a sus descendientes, no soy del subtipo “profesor maruja”, pero se me hace muchísimo más interesante la tarde fijándome en las caras, los gestos, las excusas, y las “pintas” en general de cada padre, madre y otros elementos familiares que pasan por aquí.

Tenemos a una mujer cincuentona, demasiado arreglada como para venir simplemente del trabajo, pelo hasta arriba de laca, uñas largas pintadas, y ropa de colores chillones. Me dice que se le ha hecho demasiado tarde, que se estaba ocupando de otros asuntos, me pregunta por cómo va su hijo en clase, y de paso por cosas sobre mi trabajo y mi rutina que no deberían importarle, claro, otros asuntos y una mierda, señora, usted ha perdido el tiempo arreglándose más de la cuenta, para una maldita vez que sale de casa.

No se lo digo, por supuesto, tampoco le digo al ejecutivo sudoroso que llega después que apesta a ídem, ni a la hermana mayor adolescente le digo que se le ve el escote demasiado para que sea sano pasearlo en un colegio de primaria.

En cambio sí le doy indicaciones al abuelete que se ha perdido de camino al cole, y saludo a mi compañera de trabajo, otra profesora del centro, que tiene a su hijo en mi clase. Le digo que el muy cabroncete se dedica a jugar a pelearse, y como es más corpulento (está mal decir “gordo” a una madre, recordad) que los otros chicos, siempre tiene ventaja.

Y ya pasa una hora, joder, no me dará tiempo de irme a casa, la película se está acabando y nadie ha venido a buscar a Irene.

- ¿Mamá está muy ocupada hoy?

Me hace un gesto con la cabeza, creo que está más desorientada que yo, por lo menos, como está viendo la película entretenida no tiene noción del tiempo que ha pasado. Sé de muy buena tinta que de los niños se asustan ante estos pequeños “abandonos”. Pienso en Alma, su madre debe estar liada en el trabajo, o en alguna cosa, porque ya van varios días que esta pequeñaja se queda la ultima en el comedor, hoy incluso se esta acabando la película y aún no ha llegado.

Vamos al patio, le dejo agarrar una pelota y me pongo en una de las porterías de los “niños grandes”, en la zona del patio donde ella y los demás chicos de su clase no pueden jugar (básicamente, porque no les dejamos por miedo a que se lleven algún balonazo), y le digo que chute a la portería, que yo intento pararlas. Jugar en el patio de los mayores es un privilegio que pocos niños tienen hasta que ellos son los que se hacen mayores, claro está, y cuando ocurre eso suelen dedicarse más a tontear entre ellos y fumar en los baños o en los rincones a escondidas que a jugar en el campo que tanto han deseado. Así que éste siempre está completamente desaprovechado, lo que es una lástima, porque son unas porterías realmente buenas.

Irene chuta, y yo hago como que paro las pelotas, dejo que entre alguna primero, para darle confianza, y luego muchas más, de repente sólo paro uno de cada cuatro o cinco balones que me lanza; ella, por supuesto, ríe y dice que “soy muy malo y torpe”.

En una de las veces que le devuelvo el balón me fijo en una figura que mira desde hace un ratito desde la verja. Es Alma con un traje negro, falda y chaqueta, un aspecto muy formal, muy sobrio. Aunque tiene algo en la mirada y en lo alborotado que lleva el pelo que me indica que ha tenido un día ajetreado.

Justo en ese momento Irene esta chutando, y fijándome en su madre, que tiene ahora mismo ocupada mi vista y atontados mis otros 4 sentidos, no reparo en absoluto en el balón, que pasa a mi lado, sin darme cuenta esta vez que me han metido un gol en serio.

Le hago señas a la niña, y ésta corre con sus piernecitas hacia su madre, hacia la verja; mientras yo coloco la pelota en su sitio y camino a pasos largos, pero más lentos, hacia ambas.

- Eres realmente malo con el balón

“No te jode, encima eso”. Estoy por reprocharle que tarde más de una hora en venir a buscar a su hija desde que los niños salen del comedor, pero algo me dice que no se lo merece, y tampoco soy de ese tipo de persona que echa las cosas en cara. Me conformo fijándome en los detalles.

- Es que Irene es muy buena jugando al fútbol, no he podido parar casi ningún balón

La niña en ese momento le susurra algo a su mamá, que se inclina y se ríe tontamente, mujeres y secretitos, creo que son las dos cosas que más me sacan de quicio en este mundo, bueno, eso y el servicio de correos.

- Dice que te has estado dejando ganar, tiene cinco años, pero no es tonta, Elías.

- Vaya, y yo que tenía asumido que nadie se daba cuenta nunca de eso.

- En cualquier caso perdona el retraso, el trabajo, el coche, la gente, todo son obstáculos hasta llegar a mi pequeñaja. – Le hace un gesto a la niña y esta cruza la verja y se va hacia el coche – Anda, vámonos Irene.

- ¿Madre soltera?

Alma asiente con la cabeza, de repente las ganas de decirle lo mal que está llegar tarde se esfuman, y me inunda una pequeña tristeza por ver a alguien ocuparse de criar a un hijo solo, por eso no quiero tener hijos jamás, por si yo, o su madre (que de momento no existe), nos tuviésemos que encargar de él sin ayuda.

- Bueno, no te preocupes, yo siempre me quedo aquí hasta tarde, y cuando no estoy los encargados del comedor siempre suelen quedarse con los chavales. Así que tómate tú tiempo, que tu hija está en buenas manos y entretenida siempre.

- ¿Y quién garantiza la seguridad de su mamá? Si no consigue tiempo ni siquiera para tomarse un café con algún apuesto chico de ojos azules.

Odio estas invitaciones tan directas, de repente me pone en un compromiso, y soy profesor, el de su hija además, por el amor de dios. Aunque también es verdad que parece que haga años que no hablo (y otras cosas) fuera del trabajo con una mujer ¿O es que de verdad han pasado años y mi único contacto con el sexo opuesto es hablar entre clases con las compañeras de trabajo?

- Salgo a las seis de aquí, y adoro el café… siempre que no esté aguado.

Me guiña un ojo y va hacia el coche. Irremediablemente, y aunque no me guste ni suela hacerlo, me fijo en sus andares y en su figura. No se cómo puede alguien ver a través de mí como profesor, de mi barba descuidada de tres días, y mis pintas de no haberme arreglado como es debido en meses (mis vaqueros desgastados suscitan comentarios hasta en la dirección del centro, se rumorea), pero bueno “A caballo regalado…mírale el trasero embutido en una falda negra”.

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