martes, 3 de febrero de 2009

10. El botón

Una llamada me despertó. El teléfono en la mesita vibraba, por lo que debía ser el del trabajo. Al personal no me llamaba nadie.
- ¿Si?
- Pero hoy es…
- Sí, sé que estás al tanto de esas cosas, pero tanto para ti como para mí, trabajar un domingo es inmoral.
- ¡No, no! Vale, ya me espabilo. ¿Hasta cuándo estarás ahí?
- Ok, vale. Si no estás allí iré hasta tu casa. Perfecto. Hasta luego, jefe.
Suspiré, algo indignada. El jefe es el jefe y el trabajo para él es siempre una oportunidad importantísima. ¿Qué querrá esta vez?
Durante muchos días he estado pensativa, tanto que a mi alrededor casi todos me han asombrado. ¡Me he vuelto coherente y distante! ¿Desde cuándo era así? Pues, aunque nadie lo supiera, desde que el bolsillo de la chaqueta estaba perdido. Había tenido que comprar otro monedero e iba por ahí con el pasaporte. Pero por orgullo propio no pensaba sacarme otro DNI, porque era mi obligación encontrar ese dichoso bolsillo, y sabía exactamente dónde encontrarlo.
- Tranquila, chaquetita, que pronto te devolveré el trocito que te falta.
- ¿Quéee…? –murmuró Allen, entre dientes.
- Cariño… nada, me ha llamado mi jefe y he de ir en seguida, porque tiene una oportunidad única para mí.
- ¿Por qué no le dices a tu jefe que tienes familia?
- ¿Por qué no se lo dices tú a tu superior? Volveré antes de comer y os llevaré a un restaurante bonito, ¿vale? –le di un beso en la frente.
- ¿Tengo opción?
- Sí, sólo una: darme los buenos días e intentar dormir un poco más. Es muy pronto…
Suspiramos al unísono, pero accedió. Ducha, café, vestirme, coger las llaves, despedirme y ya en el coche la música bien alta. Suspiré de nuevo, el reloj marcaba las 7.34. Abrí la guantera para elegir un CD y un libro cayó al suelo, y de él un papelito. ¿Un papelito…? Lo abrí, y con una caligrafía alargada había escrita una dirección.
7.36… 7.37… 7.38… 7.59… 8.26…
Salí del coche y toqué al timbre de un piso normal, gris como los demás, y una puerta de barrotes negros. Barrotes, como en la cárcel. Volvía a tocar, y otra vez, y otra vez. Al fin, me abrió sin preguntar quién era.
- Séptimo piso –su voz parecía soñolienta.
Toqué suavemente a la puerta dos veces y me abrió la puerta unos ojos azules, su pecho desnudo y unos pantalones caídos y raídos. Cuando me acerqué a él, no se apartó. Su piel era cálida y suave. Me demoré con la yema de mis dedos en su torso y pronto levanté la cabeza de nuevo para besarle. Las manos se demoraron y él mientras me abrazaba cerró la puerta.
Su cama tenía las sábanas de raso rojo, calientes aún. Olían dulce y eran tan suaves… me perdí en ellas, igual que se perdió mi ropa fuera de ella, igual que mi mente, mi vida. Me hundí en rojo, negro por su pelo, blanco en su piel y azul cuando me miraba. Liberé mi alma y encontré que dentro había más cosas de las que yo imaginaba, y empecé a creer en mí. Entre movimientos de pelvis, giros y risas me fui expandiendo hasta que ya no pude más y me dejé caer, exhausta. Él también estaba como muerto debajo de mí. Me recosté a su lado y apoyé la cabeza en la parte interna del brazo.
- Tus besos son blancos, porque el blanco se descompone en todos los otros colores –se puso de lado y me besó en el hombro. Le miré a los ojos y éste acarició mi mejilla, haciendo una pequeña mueca sonriente y me dio un bocadito en la punta de la nariz-. ¡Y eres dulce!
Nos estremecimos un segundo y fui a taparnos con la sábana. De allí cayó algo al suelo. Fui a mirar y allí estaba. Era…
- ¿Tienes tú mi bolsillo?
- ¿El qué? ¿Yo tu bolsillo? ¿Cómo se tiene eso?
- Este es el botón del bolsillo de… -entonces lo entendí todo. Elías era indudablemente una parte de mí y esa era la forma en que el bolsillo me lo demostraba. La punta del iceberg, aquí me encontraba segura ante algo firme a lo que agarrarme, donde perderme y reencontrarme con unos labios. Sentía más confianza con esta persona tormentosa, de subidas y bajadas, con su propia vida anónima para mí que en mucha otra gente más cercana.
Y así, con ese sentimiento de liberación, dejé su casa. Como recuerdo de esa mañana me llevé su olor y un botón reaparecido.
10.01
En el coche suspiré. Hoy parecía el día de los suspiros. Puse a todo volumen un CD cualquiera y fui hasta mi trabajo. El jefe me esperaba inquieto.
- ¡Alma! ¡Por fin aquí! Estaba a punto de irme a casa. No sé si aceptarás, pero me gustaría proponerte la oferta más jugosa que me han ofrecido desde que trabajo aquí… y eso ya son muchos años, querida.
- ¿Y yo podré?
- Creo que, si aceptas, puede ser de las cosas más productivas que has hecho nunca.
- ¿Bueno, y en qué consiste?
- Tendrías que…

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