jueves, 27 de noviembre de 2008

01. De Madrugada

Abrí un poco los ojos y ahí estaba, la puerta abierta sólo una rendija, por donde se escurría la luz que incidía de lleno en mi cara. El despertador parpadeaba rojo en la mesilla, 4:02 de la madrugada y la cama vacía, otra vez vacía. Me levanté desnuda, envolviendo esta figura mía en la sábana blanca que me había estado cubriendo y até algunos pelos rebeldes con una pequeña pinza. Sin las zapatillas los pasos eran tan silenciosos que parecía como si realmente no estuviera pasando por allí, o como si levitara unos milímetros por encima del suelo. Aunque quizá fueran alucinaciones de mi mente dormida.
Mientras me acercaba a la puerta mis oídos fueron llenándose de música danzarina y apacible, melodías que no sonaban en absoluto desconocidas pero tampoco podía ubicar. Al llegar hasta la abertura no la abrí y me mostré, sino que me quedé mirando desde ahí. Todo parecía mucho más iluminado y acogedor, al contrario que el rincón oscuro donde me encontraba, sola… Por muy cómoda que pareciera la cama, en la otra habitación era todo mejor, y lo sabía. ¿Entonces por qué resistirse? ¿Por qué no podía abrir la puerta?
Suspiré. Una fuerza me impulsaba adelante y otra hacia atrás. Al fin entré en el cuarto donde estaba él atareado en sus papeles. Un flexo iluminaba la cabeza, su cara concentrada y su pelo oscuro, y la mesa. Tan concentrado debía estar que ni se percató de mi presencia, o pudiera ser que mi sigilo no fuera parte del duermevela después de todo.
Los brazos y la sábana le rodearon. Su capacidad aglutinada en los dibujos se había expandido con mi olor a perfume, la calidez y, por qué no decirlo, con mi piel desnuda regalándole una caricia sutil. Le besé la mejilla y el cuello.
- Cariño, es muy tarde. Vente conmigo a la cama…
Giró la silla y aproveché para sentarme en su regazo. Volví a besarle, esta vez en los labios. Sus labios, esos labios, dame los labios… regálamelos, igual que yo te regalé mi corazón. Tus labios recorren los míos, están jugando, están riendo, están cantando. Después bajan, bajan por el cuello y se posan en mi hombro. Cómo me gusta que lo haga, y lo sabe. No puedo resistirme.
- He de acabar esto, no puedo retrasarme más.
- Pero puedes hacerlo por la mañana. Esto no es sano…
- Ya no tardaré mucho, de verdad. Tú eres la que deberías estar durmiendo como un angelito.
Suspiré, algo cansada de las mismas excusas. En verdad estaba preocupada, pero nada podía hacer porque sabía que no se movería de ahí hasta que no viera despuntar el día. Me levanté pero me atrapó entre sus brazos antes de poder moverme y me acarició las mejillas, el pelo, los brazos y mi figura entera. Cada segundo que pasaba allí sentía cómo se fundía todo mi cuerpo a él, cómo mi amor aumentaba. Sólo esos instantes ya eran aliciente suficiente para vivir toda una vida a su lado.
- Gracias por preocuparte pequeña Caos.
Sonreí y me deshice de su abrazo con elegancia. El corazón me latía tan fuerte que creí quedarme sorda, no volver a escuchar nada además de ese bumbumbum. Sin pensarlo dos veces me tumbé en el sofá que había detrás de la silla, acurrucándome entre la tela.
- No pensarás quedarte ahí…
Asentí, sonriendo.
- Mañana te dolerá el cuello, no es un lugar cómodo para que duermas.
- Bueno, como no vas a tardar mucho no llegaré a dormirme.
Entonces suspiró él. A cabezones no nos ganábamos mutuamente, y eso era algo que sabíamos de antemano. Me parecía divertido. Se dio la vuelta y siguió a sus cosas. A veces me habría gustado que dejara lo que tenía entre manos para tomarme, o para abandonarse a mí en la cama, pero nunca pasaba. Aunque me había acostumbrado, siempre caía en la tentación de la esperanza.
Cada vez que veía su espalda poco iluminada por atrás, el movimiento de su brazo al escribir y dibujar, me adormecía. Cada vez que…
Y me dormí.

サラ.

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