sábado, 21 de marzo de 2009

En unas pocas letras

Querida,

Sé que siempre digo lo mismo, pero lo repito: pronto volveré a verte. Tengo tantas cosas que contarte... Y tú, como siempre, dirás que estoy loca y que no tengo razones para hacer lo que hago. Pero tú ya lo sabes, soy así porque nací así.

De pequeña alguien me contó que a los vagabundos en Edimburgo se les daba comida a cambio de que cortaran el césped de sus grandes parques y cuidaran de los cisnes de la Reina. Aún hoy, tantos años después, lo recuerdo. Fue mi primer secreto, tú lo sabes bien. Escocia, verde Escocia, cuánto significa para mí.

Al llegar, tras largo tiempo de espera, fuiste la primera a la que le narré mi desafortunada decepción, porque los vagabundos eran vagabundos, y los jardineros, jardineros. Pero hubo algo que me retuvo y no me permitió volver. Quizá las roídas piedras de sus viejas calles, el susurro fantasmal de cada closet, el sano hábito de la cerveza y la música en directo... o esos ojos verdes y su sonrisa cristalina.

Sí, aún puedo escuchar ese resoplido de me-lo-temía, y casi pude verte la cara. ¿Estuviste triste, decepcionada conmigo? Pero yo tenía que dejarme llevar, y lo hice hasta que no pude más. Me asenté en la cómoda magia de un viernes tarde infinito y olvidé mi sueño, hasta que un día el peso de las infidelidades me despertó de golpe. Era lunes por la mañana y estaba dispuesta a marcharme de nuevo: aquí anclada no encontraría lo que iba buscando.

Esa fue una época oscura, de repente desaparecí del plano astral y, como más tarde supiste, cambié de hemisferio. Me marché a un Santiago en el que no conocen la ruta Jacobea y sí el choripán. ¿Existiría aquí el vagabundo que huele como la hierba recién cortada? Llegado este punto desconfiaba tanto de mi buena suerte que me eché, sin más, a las carreteras. Conocí a muchos trotamundos y nativos que me prestaron sus chaquetas cuando me acerqué al frío hielo y que aguantaron mi mochila para que me secara el sudor en las largas horas haciendo autostop en el desierto. Y ahí me hice persona, me di cuenta que Yo era todos los viajes que había realizado y todas esas personas que se habían cruzado conmigo, e inevitablemente, había dejado atrás.

La noche que descubrí eso me sentí sola y débil porque no estabas aquí y porque, al fin de cuentas, a la única que tenía que buscar era a mí misma, porque me había perdido. Entre tanto alboroto me había olvidado preguntar si lo que yo quería era ser una vagabunda realmente. ¿Todas las personas se sentirían, aunque sólo fuera una vez en la vida, tan perdidos y acongojados?

Entonces quise volver a mi país, donde tú te encontrarías quizá mirando las estrellas en algún balcón blanco, cerca del mar. Seguro que te asustarías mucho si me acercara por detrás y te susurrara un discreto buu al oído. Pero no podría hacerlo, no ahora que había descubierto el verdadero significado del viaje. Volveré a verte, ese día está cada vez más cerca, pero aún no sé por cuánto.

El mundo en el que ahora vivo tampoco es tan malo. A veces me paseo por las calles de alguna gran metrópoli y encuentro a gente vacía que va de un lado a otro sin preocuparse por los demás, siempre tan socialmente individual que me das ganas de aborrecer a la humanidad. En cambio otros, gente mucho más modesta, es capaz de echarte una mano cuando lo necesitas aunque sea también imprescindible para ellos. ¿Y dónde me sitúo yo, querida?

Ahora estoy más cerca de ti, más cerca de mi antigua vida que nunca. Desde el lugar donde escribo esto se ve, de noche, una de las más bonitas maravillas de acero del continente. Otro hay en el continente más allá de la fosa marina, representando algo así como la libertad en un país de locos. Y yo aquí, en uno de los barrios más caros de Europa pensando en seguir viajando hasta que me encuentre por ahí.

Porque, en el fondo, la experiencia más importante y dificil de todas es llegar a conocerte a ti mismo.

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