martes, 11 de diciembre de 2007

UJI

Lo cierto es que el año se acaba, aunque parece que mejor que empezó. Las escaleras se van sucediendo unas tras otras, los retos se terminan y sobre ellos aparecen otros más duros. ¿Tiempo para descansar? Cuando se quiera, no hay nada que cueste tanto, que dure tanto ni que haga sufrir tanto como para no tomar un respiro.

El gentío grita pero no es necesario escucharle siempre. Quizá signifique que más tarde habrá que prestarles atención doble, pero el tiempo nunca es perdido. Vivo el nihilismo y la vacuidad diaria, haciéndolos mi apalanque y mi modo de estar. ¿Por qué no? Dentro ya llevo muchas cosas que apaciguar. La marea no se calma y yo puedo salir volando si no ando con ojo.

¿Si me pongo a escribir seré capaz? He perdido la práctica de la retórica encaramada en los tejados. Mi alma ya no le aúlla a la luna sino que se mantiene escondida, dentro de casa viendo una película en la televisión. La melancolía se ha recluido al entretiempo de párpados cerrados y la neblina romántica ha vuelto a su época, a pasear entre los cipreses del cementerio donde quizá algún Don Juan esté monologueando sobre su amada.

¿Y la fantasía? ¿Dónde están los castillos embrujados? Seguro que las princesas tienen niños a los que cuidar, desvanes mágicos que limpiar y filtros de amor que preparar.

Ahora un poquito de silencio, un poquito de... bah, qué más da.

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