Siempre que me pongo a buscar cosas por mi ordenador encuentro cosas que ni siquiera pensaba que tenía, pero mira, ahí están. Esta es una de ellas, recuerdo perfectamente cuando la escribí y, ahora que lo pienso, esa impotencia la sigo teniendo hoy por hoy. ¿Por qué me da la sensación que las cosas no cambian?
A veces me descubro mezclando las esperanzas con la imaginación en mi mente, fundidas entre burbujas. En el momento en que me doy cuenta de este extraño suceso, esos mundos desaparecen de mi cabeza como si nunca hubieran existido, dejando un rastro tras de sí que los asientan en un instante real e imaginario a la vez.
Cuando intento plasmar la huella dejada, vaciar mi cabeza, sólo hay trozos inconexos. Me encuentro escribiendo una historia rota, que intenta mantenerse a flote a golpes de brisa. Espectante espero cada vez que me pongo delante del papel que no me abandonen y me dejen sola.
Me siento impotente, como si lo que tengo dentro fuera la clave para un misterio de carne y hueso, para un futuro que también tienta por abandonarme. Maniatada frente a unas teclas reales que no me responden, al apartarme de ellas se abren las compuertas de la memoria y vuelven esas imágenes.
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