Hace un tiempo yo era guapa. Y no sólo guapa físicamente, mi intelecto era atractivo a los demás, y yo por ello me sentía más que feliz. En el fondo, lo único que necesito para sentirme realizada es que, además de pensar de vez en cuando en mí, los demás me recuerden que me aprecian, que me sienten especial. Para entendernos, he hecho el proceso de transformación de gusano a mariposa a la inversa.
Oh, ya sé que no todas las personas puedes presumir de haber sido guapas, y por ello ya debería estar más que satisfecha, pero no es así, porque una vez he visto lo que es, una vez he notado ese calor, el recuerdo es doloroso. Quiero volver a tenerlo, ese es mi mayor objetivo.
Para ello busqué con todo mi empeño a El Cosedor, un pequeño ser encargado de remendar todos los espíritus tristes que alguna vez fueron una bella mariposa. Me adentré un día de luna llena en el bosque, porque contaban las historias que este personajillo esos días se proveía de un hilo especial con el que curaba las heridas del alma.
La espesura estaba tranquila, sólo los búhos hablaban de vez en cuando. La luz era muy brillante, se veía cada raíz en el suelo. Por casualidad, mientras vagabundeaba, encontré un zorro sentado en una piedra, descansando. Le pregunté por El Cosedor y me dijo que esa noche aún no había pasado por allí, pero que más tarde seguro que vendría, porque este era el camino hacia un claro donde habían muchas plantas con las que creaba ese hilo. Tranquilizada, esperé un rato hablando con la zorra -porque tenía una voz muy femenina-. Me contó que la vida en este bosque solía ser tranquila. Ella era amiga de El Cosedor, y me contó unas historias muy bonitas sobre cómo curaba a los tristes de espíritu. Como tenía sueño dejó que me recostara contra ella, prometiéndome que me avisaría cuando llegara. Su pelaje era suave y en seguida caí dormida. De algún modo, el bosque ya me había dado una tranquilidad que llevaba mucho tiempo sin saborear.
Al rato sé que desperté y el curioso hombrecillo estaba ya allí. Me miró. La luz se reflejaba en sus gafas y, en cuanto vio que me despertaba, sonrió.
Acepté, claro que acepté. Aquí empezaba mi nueva vida...
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