sábado, 5 de abril de 2008

Resentment

5.45 A.m. Prometo que por todo lo que estoy pasando esta noche se acuerda.

Jamás me he considerado una persona rencorosa. Jamás habría pensado que podía llegar a compartarme como lo he hecho esta madrugada, eso soy capaz de asegurarlo. Si alguien que me conozca me viera -mi madre- no me reconocería. Yo tampoco puedo hacerlo.

Mi llanto ha sucedido, nacido de un interior que pensé haber perdido. Tanto nervio, tanto preocupamiento. No era capaz de dormir al escuchar los desenfrenados latidos de mi corazón, no podía pensar porque esos molestos latidos estaban ahí. Pero tampoco me movía, porque esos latidos me hacían saber que, after all, I was alive.

Después vinieron las náuseas, aunque una vez llegué al baño se confundieron efluvios por el camino. Al rato ocurrió lo contrario, y al final llegué a pensar que no sabía de qué guisa estaba mi organismo esta noche. 'A lo mejor es algún virus -pensé, mitigando mis sentimientos- en vez de preocupación'.

Pero no. Estuve como poco una hora preparando cómo decirle 'sal de mi cuarto', pero cuando llegó el momento mi voz no era mia. Escuché la puerta de la entrada al abrirse. Una, dos vueltas y click. Sus pasos, coger la nota y leerla... ahí estaba. Su mano sobre el pomo de la puerta, una cabecita asomándose y las palabras salieron disparadas. Tanto fue el énfasis que se me secó la boca. Tuve que repetirlo un par de veces, dos, tres, no sé cuántas en realidad. Unas cuantas. Al final, parece que resignado, cerró la puerta de nuevo.

La acción pulsó el botón y los temblores se hicieron más fuertes, espasmos. Igual que había tenido horas antes durante unos minutos. Lloré, lloré fuerte y corrí a agarrar mi nube. Tantos años de penurias, tantas lágrimas que lleva encima. El día que el peluche muera y suba al cielo de los peluches todas mis lágrimas caerán y se producirá un segundo diluvio como el de Noé.

A partir de ahí sólo recuerdo cachitos, entre mi brumoso recuerdo volvía a entrar diciéndome que llevaba en la puerta dos horas con su amigo. ¡Haber subido! ¡Haberme hecho caso! ¿Las señales del cielo no las percibes? ¿Movistar se colapsa horas? ¿Te roban el busca? ¡Yo temblaba, vomitaba, defecaba, orinaba y tenía taquicardias mientras tú charlabas con tu amigo!

Le tiré a la nube, grité y lloré. Tampoco creo haberme visto así nunca. Tenía un rastrillo arando mi pecho a corazón abierto... Las excusas son pocas.

Se fue y no ha vuelto. Salí casi detrás de él para hacerme un té y noté el olor de su piel, que aún permanecía estancado, como un rayito de sol. Dejé el microondas con el agua y la bolsita allí y aún están esperando que vuelva. Ahora ni siquiera me apetece ese té, mis extremidades vuelven a tener el calor que les toca y ese pequeño rastro ya se habrá colado por la rendija de la puerta.

Ya no vale la pena el té.

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